miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hombre

Pies grandes que son el cimiento del cuerpo, la base para cargar una escultura cuya perfección radica en su imperfección, dedos bien definidos con una terminación que pareciera esculpida a mano pero hecha en piedra con las imperfecciones que esta misma tiene, dan paso a dos troncos que comienzan en pantorrillas dignas de verse, querer tocar y quizás algo más para terminar formando piernas, unas piernas que muestran la fortaleza y seguridad que sólo se obtiene al haber caminado grandes distancias en este andar de la vida, algo de vello que las cubre y las hace varoniles, excitantes que incitan a recorrerlas como un niño pequeño que trepa un árbol para llegar a la cima.


Por encima de aquellas piernas formadas por el andar, la imagen sensual que combina lo redondo con lo cuadrado, unas nalgas bien formadas que se resisten a la fuerza de gravedad y que invitan a reposar en las mismas, a ser la almohada acompañante de sueños cargados de sensualidad, son las nalgas fuertes con la cantidad exacta de músculo que invitan a explorarlas una y otra vez, con cada dedo, con la palma de la mano, con la boca, con la lengua, con lo que quieras y todo esto para dar paso al canal de la espalda que dejando atrás esa parte tan erótica va recorriendo una espalda ancha y fuerte, fortaleza que la vida otorga y va ensanchando con el pasar de los años de forma natural, algunos vestigios de vello que lejos de ser desagradables terminan por dar ese toque que hace nacer una cantidad enorme de deseos profundos de verla frente a ti, esperando un abrazo que llega por detrás para probar justamente la fuerza que en ella hay.



Recorremos el abdomen, una planicie con sus imperfecciones, que no está completamente esculpida ni es totalmente dura, capaz de recibirte suavemente al decidir entregarte a la aventura de seguir subiendo hasta llegar al pecho, esa gran parte que se ha formado por el ejercicio y por el trabajo que día a día se hace, que sólo la edad podría diseñar con un embarnecimiento natural que esta otorga y que con  el vello que lo cubre, un poco cano, un poco recortado, de forma que reflejen fuerza, virilidad, seguridad, haciendo nuestros sentidos estallar al saborearlo y olerlo, tocarlo y darnos cuenta de las maravillas logradas con el pasar de los años y así llegar a un cuello con algunos lunares que nos exigen un beso. Antes de seguir subiendo descubrimos aquellos brazos capaces de llevarnos al borde de la locura por la fuerza contenida en los mismos y la sensualidad de aquella escultura, capaz de sujetarnos contra ese torso casi de forma violenta pero que se ablanda al llegar a las manos que demuestran bondad.


Y sólo al seguir subiendo descubrimos un gesto severo pero dulce que nos seduce para contemplarlo mientras descubrimos en sus ojos madurez, inteligencia y cultura, las experiencias adquiridas, el sentido del humor, el goce al sentirnos y, poco a poco perdemos la noción del tiempo, mientras perdemos el domino de nuestro cuerpo para lanzarnos a ese beso, unos labios fuertes mientras disfrutamos de su tacto, un tacto casi embriagante que nos envenena y nos hace explotar de la sensualidad emanada ante el encuentro de ambas fuerzas y al retirarnos nos queda la sensación de complicidad que solo un verdadero hombre puede dar.


El erotismo y sensualidad que se forman con el pasar de los años, un poco de cuidado, nada exagerado, ya que su perfección radica en su imperfección... hombre.


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